lunes, 5 de septiembre de 2011
Indulto de un MANSO en Aranjuez
ESCRITO Y REDACTADO POR VAZQUEÑO
El pasado domingo, cambie la rutina de los domingos venteños por la goyesca de Aranjuez, bellísimo e histórico coso que quería conocer por esa asombrosa semejanza que guarda con la primera plaza de obra de la historia, la que se ubicaba junto a la Puerta de Alcalá, en Madrid. La cosa es sencilla y, sin más preámbulo, vamos a explicar lo acontencido. Cuarto toro de la tarde, del hierro de Alcurrucén, cinqueño, astillano, de pelo melocotón, calcetero, basto y destartalado. Lidia y muerte a cargo del emergente David Mora. Salió el burel haciendo gala de su nobleza, desde el principio, David Mora lo recibe con larga cambiada en tierra y lo lleva hasta los medios toreando de capa. Vamos al quid de la cuestión: la maltratada suerte de varas. Al salir el picador de tanda, Mora le ordena descabalgar y, muy resuelto, se dirige el espada a contraquerencia a lomos del mastodóntico jaco, ¡a picar! Marró con la vara y, una vez el animal se encuentra bajo el peto, Mora clava la puya en buen lugar, en lo alto y delantera. “Sucesor”, que así se llama el toro, huye del castigo, se quiere ir del redondel, y en éstas se encuentra con el picador reserva que está en terrenos de manso, junto a la puerta de toriles. El señor profesional de a caballo le endilga una vara en la paletilla para no dejar en mal lugar al jefe de la cuadrilla, lo dicho, un profesional. En cuanto el toro tiene los cuatro palitroques el presidente cambia el tercio rápidamente, vamos a la muleta que es lo que importa en estos tiempos. Mora torea a placer ante las boyantes embestidas de “Sucesor”, en los medios, por los dos pitones, está en gran momento y este no es un toro que exija en demasía. Unas veces bien colocado y mandón, otras al relance y con mucha ventaja. La faena tiene pasajes bellos, sin duda, pero es irregular y carece de la grandeza que eleva la Tauromaquia a cotas extraordinarias. En ese momento de pasión, “Sucesor” se da por vencido y, otra vez, huye de la pelea. En cada muletazo gira del revés buscando el abrigo de las tablas, donde acaban los dos, toro y torero. Otra vez queda patente su condición de manso, el animal se aflige, se siente derrotado. Aquí es donde da inicio otra faena, cuando el toro pedía la muerte, empieza el cuento, la mentira, la paradoja, ¡la farsa! Mora se dedica al bello toreo de adorno en los adentros, sonriendo al tendido surgen trincheras, desprecios y pases de pecho. Aún tiene tiempo “Sucesor” de najarse una vez más hasta la mismísima puerta de chiqueros pero eso no es óbice para un público chalado, sediento de triunfos, orejas e indultos; comenzando un conato de petición que termina en una abrumadora mayoría, ante la incredulidad y el asombro de unos pocos y extraños personajes que habían advertido la mansedumbre del toro y eran incapaces de integrarse en esa fiesta de enaltecimiento a la ignorancia; aficionados para unos, amargados reventadores para otros. El presidente, integrado en Cultura y adalid del bochornoso espectáculo, requiere a Mora para que interrogue al criador de aquel animal, derroche de casta y bravura, como usted, inteligente lector, ya ha podido distinguir. Y el señor Lozano da la venia, como no, es una buena medalla, ya se encargarán los medios de contar la verdadera historia de “Sucesor” y adoctrinar a nuevos públicos en la cultura del indulto. Asoma el pañuelo naranja, se consuma el perdón. Un toro cobarde volverá a la dehesa.
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