domingo, 25 de abril de 2010

COJIDA GRAVISIMA A JOSE TOMAS EN MEXICO




EL diestro José Tomás ha salvado literalmente la vida esta pasada madrugada española tras recibir en la plaza mexicana de Aguascalientes una gravísima cornada, una de las más fuertes de toda su carrera si no la más importante, a cargo del segundo toro de su lote de Santiago, de nombre Navegante, en un remate del diestro de Galapagar con la mano izquierda.

La cornada le partió el paquete vascular de la pierna, rompiendo la vena femoral y la arteria iliaca y contudiendo la safena. Fue tal la gravedad de la cornada, que los doctores del equipo médico del coso hirdocálido, encabezados por el Doctor Carlos Hernández Sánchez se vieron obligados a pedir donantes de sangre del tipo OHR Positivo por la megafonía de la plaza mientras la angustia y las noticias contradictorias sobre el estado del torero tomaban el mando:

"Se llevó todo el paquete femoral la artería y la vena iliaca. Y lograron controlar la hemorragía y colocaron un "by pass", pero está grave", declaraba a los micrófonos de Formato 21 de Grupo Radio Centro, el Doctor Uribe Camacho.

"Todo el equipo de Aguascalientes ha estado trabajando y hasta el momento le ha salvado la vida", agregó el médico, hecho que afortunadamente se ha confirmado tiempo después y, según ha confirmado a este medio el entorno del torero, la vida de José Tomás definitivamente ya no corre peligro después de que, tras una primera intervención en la plaza, fuera trasladado a un centro hospitalario de la ciudad mexicana.

La cornada penetró unos 10 centímetros en la pierna izquierda y el torero recibió la transfusión de hasta 8 litros de sangre (cuando el cuerpo humano tiene alrededor de 5) y la intevención quirúrgica ha durado tres horas y media, según palabras de su apoderado, Salvador Boix.


José Ramón Márquez

La cogida es un accidente. Es lo indeseable, pero la presencia de ese odioso accidente es lo que hace que la Fiesta no sea un espectáculo de ballet, de circo o de variedades. Joseph Delgado ‘Hillo’ escribe –o dicta- su libro para dar las normas que precisan aquellos que se inician en el arte taurómaco para evitar la posibilidad de la cogida. Sin falsos misticismos, puesto que lo que nos gusta sobre todo es el toreo, podemos decir que la sangre derramada por los matadores les hace mejores toreros, puesto que les obliga a superarse, a conocerse a sí mismos con más profundidad.



La carne herida de Juan Belmonte, matador de toros


Volveré a torear… Esa frase, Belmonte la pronunció consciente de todas sus consecuencias. Demasiado culto, demasiado inteligente para no haber reemplazado por otras emociones la del aplauso de las multitudes, hablaba del toro con fría lucidez.

-Torear es algo horrible, espantoso.

Lo interrumpí.

-Era usted el más valiente. Su toreo poseía una fuerza dramática que no igualó el de ningún otro, y su cuerpo conserva las huellas de muchas cornadas. ¿Por qué habla usted tanto de ese miedo que nadie adivina?

-Porque existía… Yo no creo que nada en el mundo produzca tanto pavor como el espectáculo de un toro en el ruedo al que hay que arrimarse y matar. El que diga lo contrario, peca, creo yo, de falta de sinceridad. Esas comidas frugales antes de las corridas no son para conservar la agilidad ni cosa parecida. El torero no come más porque el miedo no le deja tragar a gusto. Además la víspera de la corrida no hay quien duerma tranquilo. No recuerdo qué compañero me contaba que durante la noche sufría mareos, cólicos y angustias hasta tal punto que al día siguiente iba a la plaza en condiciones desastrosas. Para remediarlo, su mozo de estoques inventó un ardid: “¡Maestro, que está cayendo un aguacero espantoso! ¡Ay, maestro, qué desgrasia tan grande, que no vamo a podé atoreá!” Y el maestro se curaba instantáneamente, dormía y se levantaba fresco como una rosa.
Belmonte insistió:

-Hace falta una voluntad terrible para arrimarse al toro cuando ya se ha sufrido una cogida grave. Es la carne herida la que tira de uno. Hay que dominarla, vencerla…

-Y ahora -le pregunté-, después de recordar todo esto, ¿insiste usted en lo que me ha dicho antes? ¿Volvería usted a la plaza para luchar, para ganarse la vida como antes?

Belmonte, durante unos minutos permaneció silencioso. Los perros que sesteaban en el portalón se arrimaron a él y le lamieron las manos. Unas mujeres cruzaron el patio cantando.

-¿Y por qué no? -murmuró al fin-. Morir en la Plaza o en otro sitio, ¡qué más da

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