Aun
se recuerda en Sevilla el magnífico lance del señor Juan. Salió a la plaza en
un jaco tordo airoso porte, y al concluir la corrida ni la más pequeña rozadura
de asta de toro pudo descubrir en el cuerpo del animal el más escrupuloso
observador, y pico los seis toros.
Brazo
de Hierro consolido su fama y tan heroico empeño corrió de boca en boca, de
villa en villa, de capital en capital en capital, colocándole a la cabeza de
los picadores de aquel tiempo, tiempo más afortunado que el presente para el
arte de torear a pie y a caballo.
Perdió
la apuesta Mechorito, y aunque las crónicas de la época no dicen si cumplió como hombre lo que como
gitano había ofrecido, referencias muy respetables atestiguan que el astuto ex
presidiario devolvió el golpe a Brazo de Hierro, hiriéndole cobardemente en la
prenda más cara de su alma, en la hermosísima Chiclanera.
Habíase
enamoricado la hija del señor Juan de un gitano, digno compare de Merchorito, y
quizá influido por infernales consejos de este, logro el feliz amante que la niña,
accediendo a sus melosos juramentos de eterno amor, abandonara la casa de su
padre el mismo día en que el señor Juan enloquecía al publico de Sevilla con su soberbia hazaña.
La
Chiclanera huyo con el gitano sin parar mientes en tamaña ingratitud, y como si
esta no viniera a ser la muerte del señor Juan.
¡Pobre viejo!
Carmita
para él era más, mucho más que el alimento cotidiano, más que el aire para los
pulmones, más que la sangre para las venas.
No
volvió a levantar cabeza el señor Juan.
Únicamente
en el ruedo, cuando la fiera retrocedía airada para embestir con mayor ímpetu,
Brazo de Hierro sentía que la sangre se agolpaba en la garganta, que su brazo adquiría
inusitada fortaleza y que el bicho aquel, negro o castaño, era el infame
matador de su honra y de su felicidad.
El
cornúpeto retrocedía ante aquel poder sobrehumano, y el señor Juan, echando
lumbre por los ojos, apretando entre sus dedos de acero la vara y poniendo en
el pecho todo el vigor de su naturaleza, gritaba llamando al toro:
_!
Entra cobarde!
La
muchedumbre enronquecía de entusiasmo y echaba a Brazo de Hierro sombreros y
cigarros, E señor Juan era el primer picador de la época. Su brazo fue
el terror de todas las ganaderías.
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