Sucedió en Tolosa el 25 de junio de 1866.
Toros de don Raimundo Díaz para Salvador Sánchez “Frascuelo” y Antonio López “Cúchares de Córdoba”.
"Lidiándose el quinto toro, ocurrió este de todo punto extraordinario incidente.
Apurado el toro en la suerte de varas, como todos los lidiados en las tres corridas, había llegado a la muerte sumamente descompuesto. Salvador lo pinchó varias veces, y el animal fue a refugiarse en la querencia de un caballo muerto, donde se encastilló, tapándose y haciendo inútiles todos los esfuerzos del matador, que quería descabellar a su enemigo.
El animal se hallaba cerca de las tablas, enfrente del chiquero y al lado opuesto de éste. Cuando Frascuelo bregaba como un desesperado, oyese de pronto un estrépito en la plaza y un grito de terror lanzado por todo el público. El sexto toro había hecho saltar la puerta del toril y presentándose en el redondel inopinadamente.
Frascuelo, que, como dije antes, estaba de espaldas al chiquero, y echando los bofes para rematar al quinto, volviose como un rayo al oír el clamor de la concurrencia y se encontró con el sexto toro en la plaza.
El animal había rebotado por encima de la barrera, que hizo trizas al salir. Se revolvió contra ella, y, rehecho en seguida, dio media vuelta, quedando engallado y con la vista fija en el otro extremo del ruedo donde se hallaba Salvador, tratando de descabellar al quinto.
La ansiedad de los espectadores en aquel momento fue indescriptible, y el cuadro que la plaza presentaba, de lo más imponente que pueda imaginarse el lector.
En un extremo del redondel, un caballo muerto y una res moribunda; en el otro extremo, un montón de madera, y a los pocos pasos, un toro lleno de vida, cuadrado en el suelo, levantada la cabeza, con las defensas erguidas, estremeciéndose de bravura, fiero, encampanado, pidiendo pelea, en esa actitud salvaje y noble a la vez, que convierte a un toro lleno de sangre, de gallardía y de alientos, en el animal más hermoso de la creación.
Y entre el moribundo y el vivo, entre la fiera que agonizaba y la que acababa de pisar la arena, hallábase un chiquillo de veintiún años, a quien se dirigieron con angustiosa ansiedad todas las miradas.
Allí no cabía vacilación; allí no era posible la duda; había que resolver el problema inmediatamente; había que apagar de una manera o de otra aquella inmensa emoción que comprimía todos los pechos.
Frascuelo no tuvo ni un segundo de incertidumbre. En cuanto vio al sexto toro engallado a poca distancia del chiquero, se dirigió Salvador resueltamente hasta los medios, y allí, con una temeridad increíble, flameó la muleta repetidas veces.
El animal se embebió por de pronto, como aturdido por aquel desafío inverosímil, pero desengañado al instante, engreído por los reflejos rojos que a su vista flotaban en son de audacísimo reto, partió como un rayo hacia Salvador.
El espantoso grito que se dejó oír entonces en la plaza fue aún mayor que el que se escuchó al presentarse en ella el toro. Frascuelo lo esperó a pie firme; lo dejó llegar a jurisdicción; le marcó la salida como se marca en las banderillas al quiebro; enmendó con velocidad asombrosa el terreno, al cargar la suerte, y metió y sacó instantáneamente el estoque.
La velocidad adquirida por el toro hizo su muerte tan repentina, que al hundir el estoque Salvador, levantar las manos el animal y caer descompasadamente a los pies del matador, fue obra de un segundo.
Una exclamación de asombro y el eco de miles de frenéticos aplausos hirieron los aires.
Frascuelo, sereno, sin inmutarse a punto, vio caer al toro sexto, y se dirigió tranquilamente a rematar el quinto, lo cual consiguió poco tiempo después.
Cuando cayó la res, el matador se vio rodeado de una apiñada muchedumbre que lo cogió al aire y lo llevó triunfante a la fonda."
Antonio Peña y Goñi.
Un recuerdo nostálgico a Quito / por Paco Cañamero
Hace 3 horas
Si sucedió en junio de 1866 no podía tener 21 años sino 23, ya que nació en diciembre de 1842.
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